Grito en La Guajira: una sentida proclama Por: Samuel Muñoz Muñoz “wuuin cachammu jhoparai, wanna sanna joupareuu” La brisa caliente impactó el rostro del joven compositor villanuevero y el paisaje que aparecía ante sus ojos lo hizo sentir en un lugar extraño, donde todo era distinto a pesar de estar a solo a 127 kilómetros de su tierra natal. Transcurría 1.977 y en busca de nuevos horizontes musicales había llegado al norte de su departamento La Guajira, concretamente a Maicao y Riohacha, donde quedó impactado por el cambio brusco que notó en la cultura de esa región. A pesar de ser el mismo departamento todo era distinto, todo llamaba su atención, todo parecía otro mundo; el lenguaje, la vestimenta, la comida, el clima, la fisonomía de los habitantes, y lo que más lo conmocionó, la pobreza y el atraso social marcado de la gran mayoría de esa tierra desértica. Rápidamente por su mente cruzaba la imagen de la exuberancia de su tierra villanuevera, cercada por
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César Marín: Un compositor oculto. La Ciencia oculta, el famoso paseo del compositor magdalenense, es una crónica musical bien contada, que nunca dio reconocimiento a su autor. Cuando escribo sobre canciones vallenatas, siempre tengo que hacerlo en tiempo pasado, porque ya no las escucho en el presente, ni las vislumbro en el futuro. Por: Samuel Muñoz Muñoz. César Marín y su esposa Carmen Oliveros, en Cartagena con Samuel Muñoz Muñoz (centro) A sus 88 años, el compositor César Antonio Marín Altamar, quien no aparece registrado en ningún trabajo discográfico, recordaba con una lucidez impresionante, sus épocas al lado del gran juglar, Luis Enrique Martínez y cantaba sin equivocaciones y en forma completa y ordenada sus canciones, grabadas todas bajo el registro de otros músicos. César, nació el 20 de julio de 1.923, en Bellavista, corregimiento del Cerro de San Antonio, departamento del Magdalena. Bellavista es conocido com
El Corta panela Después de 55 años volví a verlo en el Estadero Museo Pueblito Viejo, del amigo Andrés González Pérez, en el municipio de Sabanalarga. No es una persona, ni es un hermoso paisaje de los muchos que tiene mi pueblo. Es un instrumento sencillo y de mucha utilidad hasta mediados del siglo XX, cuando el mercantilismo de los dulces procesados lo hizo desaparecer. Ahora ya no funciona y solo es un grato recuerdo de tiempos idos, por lo que permanece inmóvil con su largo brazo metálico levantado, esperando que alguien lo baje, para cumplir su labor de partir en dos o cuatro partes las panelas que se consumían en el pueblo. Había uno en cada tienda fijado sobre el mostrador, con su cuchilla dispuesta a dejar sus bordes llenos de miel, para que los niños nos acercáramos cautelosamente y la limpiáramos con nuestros dedos, para saborear los restos melosos del tradicional alimento colombiano. A pesar de ser una guillotina, que podía ser utilizada para otros cortes, su labor de cor
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