El Corta panela
Después de 55 años volví a
verlo en el Estadero Museo Pueblito Viejo, del amigo Andrés González Pérez, en el
municipio de Sabanalarga. No es una persona, ni es un hermoso paisaje de los
muchos que tiene mi pueblo. Es un instrumento sencillo y de mucha utilidad
hasta mediados del siglo XX, cuando el mercantilismo de los dulces procesados lo
hizo desaparecer. Ahora ya no funciona y solo es un grato recuerdo de tiempos
idos, por lo que permanece inmóvil con su largo brazo metálico levantado,
esperando que alguien lo baje, para cumplir su labor de partir en dos o cuatro
partes las panelas que se consumían en el pueblo. Había uno en cada tienda fijado
sobre el mostrador, con su cuchilla dispuesta a dejar sus bordes llenos de
miel, para que los niños nos acercáramos cautelosamente y la limpiáramos con
nuestros dedos, para saborear los restos melosos del tradicional alimento
colombiano.
A pesar de ser una
guillotina, que podía ser utilizada para otros cortes, su labor de cortar
panelas era exclusiva y permanente, por eso era inamovible y representaba
además un símbolo de trabajo, para quienes visitaban en mi pueblo, La Garantía,
tienda próspera y espaciosa del señor Urbano Ariza, en la calle 21. Pero de un
momento a otro su trabajo terminó abruptamente, cuando alguien decidió que las
panelas solo se podían vender enteras, reduciéndoles el tamaño y subiéndoles el
precio; el cuarto de panela, que solucionaba la endulzada del café a los más
pobres desapareció, como desvanecen lentamente las buenas costumbres y crece el
desprecio por los más vulnerables.
Dios salve al cortapanela,
una réplica de la guillotina, ese artefacto siniestro inventado por el médico
francés Joseph Ignace Guillotin, diputado de la Asamblea Francesa, quien la
propuso para acabar de un golpe con la agonía de los condenados a muerte. Una
leyenda urbana afirma que fue víctima de su propio invento, pero en realidad se
trató de otro médico de Lyon, con el mismo apellido, que fue decapitado.
Recordado cortapanela, me
entristece verte oxidado y sin oficio, en medio de una máquina de coser Singer,
el traganíqueles de Juancho Figueroa y la romana de Agustín Hernández; pero definitivamente
me alegra que alguien te halla rescatado y te conserve en el lugar que te mereces,
en un museo pueblerino…
Samuel Muñoz Muñoz.
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