Grito en La Guajira: una sentida proclama

Por: Samuel Muñoz Muñoz

                   “wuuin cachammu jhoparai, wanna sanna joupareuu”


La brisa caliente impactó el rostro del joven compositor villanuevero y el paisaje que aparecía ante sus ojos lo hizo sentir en un lugar extraño, donde todo era distinto a pesar de estar a solo a 127 kilómetros de su tierra natal. Transcurría 1.977 y en busca de nuevos horizontes musicales había llegado al norte de su departamento La Guajira, concretamente a Maicao y Riohacha, donde quedó impactado por el cambio brusco que notó en la cultura de esa región. A pesar de ser el mismo departamento todo era distinto, todo llamaba su atención, todo parecía otro mundo; el lenguaje, la vestimenta, la comida, el clima, la fisonomía de los habitantes, y lo que más lo conmocionó, la pobreza y el atraso social marcado de la gran mayoría de esa tierra desértica.

Rápidamente por su mente cruzaba la imagen de la exuberancia de su tierra villanuevera, cercada por la Sierra Nevada y la Serranía del Perijá, donde el verde del paisaje se refleja en las aguas cristalinas de su río y quebradas y la llamativa policromía de su Cerro “Pintao”, con su llamativa policromía y su vasta riqueza natural que adorna el horizonte.

Allí en ese momento, inquieto y extrañado recordó algunas lecturas sobre la canción protesta que había llegado a Colombia en los años 60s, recogiendo temas de pobreza y violencia y en ellas los autores exaltaban personajes que rara vez entraban en la escena de lo público como los niños, las mujeres, el pueblo, los campesinos, los desempleados y marginados. Movido por las circunstancias alcanzó a tararear:


Se oye un grito en el desierto

y una voz apagada

Se nota un destino incierto

En el indio que trabaja,

Que su piel está al desnudo

Enmarcada su existencia

Desapercibido y nulo

De su triste consecuencia.

 

Estaba allí en una tierra jamás conocida y bañada por las aguas del caribe inmenso, como lo dice Hernando Marín, otro gran compositor de San Juan del Cesar, que ya no está con nosotros. Estaba allí en la tierra olvidada por los dirigentes y era el momento para recordarlo, con esa melodía triste y profunda que acompañó su grito.

En el norte de Colombia

ampliamente en La Guajira,

es notable la zozobra

y la angustia que domina,

al ambiente del desierto

que reclama en su agonía

que alejen el sufrimiento

que persiste noche y día.

 

En su recorrido pudo ver de cerca, los efectos del sol canicular en la piel de los aborígenes y su caminar lento sobre la arena de la playa, remendando atarrayas y cayucos para desafiar al mar en busca de alimento. Solo el mar con su inmensidad salada podía hacerlo, porque la aridez de la tierra no lo permitía.

Ya su piel está cuarteada

y su mirada ya es triste

la miseria encaminada

y el hambre que no resiste

ya su fuerza se ha agotado

el aliento se ha perdido

ya sus piernas se han cansado

no encuentran otro camino



                                    https://youtu.be/waDLvjTbEQ4

Quiso ser el mensajero repentino de la sufrida comunidad indígena que por siglos ha luchado por su permanencia y dignidad entre cardones y trupillos que se extienden airosos por la región.

El indio desesperado

clama y clama por su suerte

su vivir es angustiado

tiene cerquita la muerte

es escaso su alimento

existe preocupación,

ellos esperan un momento

en busca de solución

 

En su recorrido por las veredas y rancherías pudo ver de cerca la triste realidad de los aborígenes, dirigidos por un matriarcado ancestral, donde sus mujeres con una fortaleza y serenidad asombrosas luchaban día tras día por la grandeza de su raza

La india lleva en su burrito

una carga de carbón

y también lleva un cabrito

que es su única explotación,

cuando llegan al mercado

salen los oportunistas

van a su plan afanado

no quieren pagar nadita.

 

Raza fuerte y bravía

desdichada por natura

el agua es melancolía

solo la aridez perdura.

 

En el mismo año que nació la canción, fue grabada por el cantante Juan Piña, con el acordeón de Juancho Rois, en Medellín, donde el compositor había llegado a adelantar estudios sobre salubridad pública en la Universidad de Antioquia. El compositor recuerda con desazón cuarenta y cinco años después de la creación de este canto, que todo sigue igual y tal vez peor, porque aún escasea el agua potable, no hay alcantarillado en un alto porcentaje de la región y el hambre con sus punzadas dolorosas acaba con la vida  de miles de niños, ante la mirada indiferente de los dirigentes políticos que no han actúan ante el clamor de la comunidad, ni han prestado atención   a los versos lastimeros de los cantautores, que como Beto Murgas, Hernando Marín y Romualdo Brito, entre otros, han sabido protestar, solo lanzando palabras y melodías. Parece que este tipo de protestas mediante canciones no le mueven el piso a nuestros gobernantes y solo sirven para recordarlas en tiempo de campaña para prometer a la comunidad que todos los problemas serán resueltos, pero todo es un espejismo, como lo afirma el periodista amigo Celso Guerra, “Hay un estado de postración, de pobreza extrema, de olvido, de carencia de los más esenciales elementos para la supervivencia en que ha estado sumida históricamente la población de La Guajira, por culpa del gobierno central de los cachacos y sus aliados políticos de la península, que lejos de amainar el gemido famélico y moribundo de sus hermanos, los aumentan con vergonzosos actos de corrupción y robo de las riquezas de su pueblo”.

José Alberto Murgas Peñaloza, autor de este lamento llamado, Grito en La Guajira, nació en Villanueva en una casa donde recibía notas musicales y susurros por todos los puntos cardinales. Por el norte escuchaba la orquesta de Reyes Torres, por el sur a Juancho Gil, músico de excelsas cualidades, padre de Andrés “El Turco Gil” gran formador de acordeoneros, por el occidente al maestro Emiliano Zuleta Baquero, cuya casa solo la separaba de la suya un pequeño solar y por el oriente se extasiaba con la vista polícroma del Cerro Pintao. Tal vez por estas circunstancias, Beto no tuvo problemas para ser compositor, acordeonero, coleccionista, historiador y conferencista, dedicado a escudriñar las entrañas del instrumento rizado, al punto de crear, El museo del acordeón, donde solícitamente atiende a todos los interesados en conocer la historia, los orígenes y fundamentos del elemento que en el pecho de nuestros músicos ha permitido el reconocimiento del folclor caribe. Su amor por la historia, lo llevó también a componer, Nativo del Valle, un merengue antológico con inquietudes históricas y sociológicas que permite un recorrido armonioso y serio sobre el origen de nuestros ritmos musicales y tradiciones.

La cantante wayúu Iris Curvelo, en su dialecto interpreta a dúo con el maestro Juan Piña, este canto que siempre estará vigente, mientras subsistan las inequidades y el abandono del pueblo de la Alta Guajira.


 

 

 


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